Cuando el presidente López Obrador habló de atender las causas estructurales de la pobreza, para avanzar como Nación, muchos de sus críticos desestimaron sus afirmaciones. Peor aún, cuando el titular del Ejecutivo presentó la Constitución moral, hubo quienes hablaron de adoctrinamiento ideológico, cuando se trataba de una guía que buscaba recuperar los valores tradicionales de las familias mexicanas, para abonar a la convivencia armónica y pacífica.

El presidente no se equivocaba en afirmaciones. Efectivamente, la naturaleza del ser humano, a veces desconectada de su sentido de comunidad, está guiada precisamente por la moral y como parte de ésta, ayudar al prójimo en sus necesidades materiales y espirituales es fundamental para el progreso individual y colectivo. El gran ensayista cubano, José Martí, sostenía lo anterior.

Entonces, ¿cómo avanzar en ese ideal de construir una sociedad más justa, generosa, equitativa y solidaria?, pues precisamente fortaleciendo los valores tradicionales e impulsando conceptos como el núcleo familiar, la educación moral, la economía local, la participación y la comunidad. Particularmente quiero referirme a este último, como el eslabón más importante de esa cadena social.

Existen acciones concretas a través de las cuales podemos fomentar el sentido de una comunidad armónica. Por ejemplo, conociendo a nuestros vecinos, fomentando una buena relación con éstos, comprando en las tiendas de barrio y locales vecinales, participando en jornadas de rescate y preservación de espacios públicos, y estableciendo mecanismos de comunicación directa con las autoridades. En general se trata de revincular a los individuos con sus entornos inmediatos, promoviendo así el autocuidado.

¿Por qué es fundamental volver a este modelo, en el que muchos de nosotros crecimos?, porque si aspiramos a una cultura de la paz duradera, sustentada en valores éticos y morales compartidos, debemos formar ciudadanos conscientes del valor de su entorno inmediato y con principios de justicia social. Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarlo a levantarse, decía Gabriel García Márquez.

Pero además, es vital que promovamos la cultura de la legalidad y el respeto desde los hogares. Casos de éxito como en algunas provincias de Colombia, demostraron que con la promoción de valores éticos y la construcción de comunidades, que compartían proyectos de participación social, se le pueden revertir temas como la marginación, la violencia y la ilegalidad. Pero lo anterior sólo es posible recuperando la memoria histórica, la cultura, la ayuda mutua y por supuesto, garantizando el trabajo, responsabilidad y resultados de las autoridades.

El presidente Andrés Manuel López Obrador no se equivoca tampoco cuando sostiene que la inmoralidad y los excesos de la clase política han encontrado un dique en los valores de las comunidades, de los pueblos y de las familias. La gran fortaleza cultural de México, la llama él. Por ello, el cambio profundo y la transformación de la vida pública del país, que ha iniciado en este sexenio y que será profundizada por la próxima presidenta, la Dra. Claudia Sheinbaum, debe iniciar, sí o sí, haciendo comunidad.

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